La suerte no se persigue

Solía pensar que la suerte era una liebre plateada corriendo por un jardín digital de recompensas parpadeantes. Jugaba cada noche, apostando pequeñas cantidades, esperando que el siguiente giro abriera la bóveda. Pero nunca lo hizo. Diez pérdidas seguidas. Sin bono. Sin bote. Solo el susurro tranquilo de un RNG girando sin fin — justo, frío, transparente. Fue entonces cuando dejé de intentar ganar… y comencé a escuchar. No a la máquina. No a la comunidad gritando «¡otra oportunidad!» Sino a mí mismo: en el silencio entre giros, cuando la pantalla se apagó y los colores se desvanecieron en grises y azules. Entonces vi: la suerte no estaba en el ratio de pagos. Estaba en la pausa. El juego no cambió. Yo sí.